Viernes 28 de junio de 2024
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Aumenta la migración de mujeres venezolanas hacia Brasil

María hizo todo lo que pudo antes de migrar a Brasil. En su casa materna en Ciudad Bolívar tenía un…

Aumenta la migración de mujeres venezolanas hacia Brasil
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María hizo todo lo que pudo antes de migrar a Brasil. En su casa materna en Ciudad Bolívar tenía un pequeño quiosco en el que vendía hortalizas. La crisis económica y la devaluación de la moneda, acentuadas entre 2016 y 2018, la obligaron a cerrar el negocio y sumarse a los cientos de personas que viajaron a las zonas mineras del sur venezolano a trabajar. Tampoco fue suficiente y su última decisión de migrar sola, ahora en 2023, junto a su hijo y sus dos sobrinos menores de edad, la ha llevado a un límite. No ha sido la única. Como ella, decenas de mujeres han decidido viajar solas a Brasil a probar suerte en medio de una crisis política y social en Venezuela que profundiza los niveles de miseria.

La determinación de María, de 41 años, contrasta con su delgada anatomía. Cuando partió el 17 de enero de 2023 desde la antigua Angostura, tenía poco más de un mes de embarazo. Viajaron en autobús por una vía atiborrada de huecos que penetra áreas de extracción de minerales hasta Santa Elena de Uairén y permanecieron 15 días en Pacaraima, la primera localidad brasileña al otro lado de la frontera y parada obligada para los migrantes que desean regularizar sus papeles para optar al proceso de interiorización a otros estados. Cada paso lo dio convencida de que algo mejor la esperaba al otro lado de la frontera. Pero ahora duda.

Siguieron el tránsito. Al llegar a Boa Vista, capital del estado brasileño de Roraima, durmieron un mes en la calle. Eso nunca les había tocado.

Ahora duermen en el Punto de Recepción y Apoyo (PRA) de la Operación Acogida, un programa creado por el Gobierno de Brasil en 2018 para dar respuesta a la masiva migración de venezolanos. Allí medio viven. O sobreviven. Tanto ella como otros consultados agradecen tener un techo y una colchoneta donde dormir, al igual que la certeza de tres comidas al día, pero coinciden en un punto que marca su estancia en el país de acogida: la insalubridad.

“Eso no está apto. Las cloacas se desbordan y corren las aguas negras, hay plagas, moscas, chiripas. Solo hay cuatro baños para hombres y mujeres y una sola ducha. Hay días sin agua. Yo quisiera que te quedaras dos días viviendo, el inmigrante sufre, es horrible, no puedes descansar, te roban, no hay seguridad”, dice, sentada sobre una maleta en los jardínes de la Rodoviaria, la terminal de autobuses de Boa Vista, uno de los puntos más icónicos de los migrantes venezolanos que suelen pasar días y noches en sus alrededores.

Los números, en femenino

“El hecho que las mujeres migren en condiciones adversas puede considerarse como un nuevo indicador de los alcances y gravedad de la crisis humanitaria que enfrenta el pueblo venezolano. Esto sugiere, además, que muchas mujeres perciben que la crisis humanitaria no va a tener una solución en el corto plazo, e indica que ya no cuentan con redes de protección y apoyo en su país de origen, forzándolas a recomenzar sus vidas en circunstancias adversas”, advirtió la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), un mes antes del inicio de la pandemia de covid-19, durante una visita a la frontera con Colombia.

Venezuela es el país con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, pero la contracción productiva ha permeado en todas las capas de la sociedad. Si bien la pobreza descendió en 2022 por primera vez en siete años, la desigualdad persiste y la inflación sigue siendo un problema. Entre enero y octubre de 2023, el alza de precios llegó a 176,7 %, de acuerdo con el Observatorio Venezolano de Finanzas. Si bien las variaciones muestran “un patrón cíclico menos volátil”, su comportamiento ha sido creciente en los tres primeros trimestres de 2023, alertó el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello (IIES Ucab), que estima al cierre de 2023 una inflación superior a la del año pasado.

Valentina Salazar, de 25 años, es oriunda de Maturín, estado Monagas. Llegó con seis meses de embarazo a Boa Vista. Su hijo Luciano nació el 2 de julio de 2023 | Fotos Benjamín Soto Mast
Valentina Salazar, de 25 años, es oriunda de Maturín, estado Monagas. Llegó con seis meses de embarazo a Boa Vista. Su hijo Luciano nació el 2 de julio de 2023. Foto: Benjamín Soto Mast

Para Jennifer Cisneros, la crisis se ha traducido en la imposibilidad de adquirir alimentos, medicinas y en el impedimento de enviar a sus cuatro hijos al colegio. Con ellos, de 15, 14, 8 y 7 años, la mujer de 38 años y oriunda de Caracas migró a Brasil este año. “Me había separado y me quedé sola sin ayuda. Dos estaban estudiando, pero a veces no iban porque no tenían (comida) para el desayuno. Se fueron enfermando. A este le dio algo en la piel y allá no hay tratamiento (…) Dicen que es fácil, pero migrar no es fácil. Nos ha tocado dormir en la calle, pasar hambre, trabajo. No tenemos zapatos. Nos robaron la ropa y los zapatos. Gracias a Dios, nos dan las tres comidas en el refugio y la cama”.

No hay estadísticas precisas sobre cuántas mujeres solas cruzan la frontera, pero los datos de desplazamientos asistidos de venezolanas levantados por ONU Migración muestran cómo luego de la pandemia, en 2022, 12 mil 303 venezolanas, entre mujeres mayores de 18 años, adolescentes y niñas, fueron incluidas en este programa en Brasil. La cifra es 56 % superior a la registrada en 2019, cuando 7.882 venezolanas llegaron al país vecino. En 2022, de hecho, se documentó el pico más alto de desplazamientos desde la creación de la Operación Acogida.

Curitiba, Sao Paulo, Chapecó, Dourados y Manaus son los municipios que más han recibido venezolanas en los procesos de interiorización.

Fuente: ONU Migración | Mueve el cursor por las barras para conocer la cantidad de desplazamientos de mujeres, asistidos por ONU Migración, entre 2018 y 2023.

El Observatorio de Migraciones Internacionales de Brasil (OBMigra) lo califica como un creciente proceso de feminización de la migración y un aumento continuo en la llegada de niños y adolescentes inmigrantes que solicitan la condición de refugiados. En su informe anual 2022 detallan que en la primera parte de la década hubo un gran número de registros de mujeres bolivianas. “Entre 2015 y 2018 se notó la llegada de mujeres haitianas y, finalmente, el proceso de feminización y aumento de niños, niñas y adolescentes se concretó con la llegada y registro de venezolanas”.

OBMigra indica que los venezolanos y haitianos fueron los principales grupos solicitantes de asilo entre 2010 y 2021. Del total de venezolanos, 69,3 % eran mujeres.

Vagas certezas

Son las 7 de la noche del 16 de agosto de 2023 y el calor en Boa Vista no cede. Es como si el sol siguiera alumbrando a plenitud. Frente a la Rodoviaria, María repasa las minas en las que trabajó antes de migrar: Las Babitas, Manasa, Tocomita, La Paragua, todas en el municipio Angostura, una de las zonas en el sur venezolano en las que la minería y la presencia de grupos criminales se expandió como una herida abierta sin cura.

Allí le iba bien, dice, pero tuvo que salir por la incursión de la Guardia Nacional, que sorpresivamente entraba a destruir motores y campamentos mineros. “Sí agarraba (oro) pero como la Policía y el Gobierno se fue metiendo, decidí venirme para acá”.

María ha bajado de peso desde que llegó a Brasil. De 74 kilos bajó a 59 kilos. Tiene anemia, asociada con carencia de hierro, folatos (vitamina B9) y vitamina A. Ha padecido infecciones vaginales. Ha ido a consulta médica, relata, pero en siete meses no ha podido hacerse una ecografía, un examen imagenológico que da información sobre cómo está creciendo y se está desarrollando el bebé en el vientre. Unicef indica que es habitual que al menos se realicen cuatro ecografías durante el embarazo.

“Lo único que me han hecho es ultrasonido. Tengo que irme de madrugada a un saúde (ambulatorio) a agarrar vaga (cupo) pero las veces que voy, no hay porque dan 15 números, pero si hay brasileras les dan prioridad y dan cita solo a cinco venezolanas”.

El Sistema Único de Salud (SUS) de Brasil funciona bajo un modelo descentralizado y está amparado por la Constitución Federal de 1988. Según la Secretaría de Estado de Salud, el SUS es integral, igualitario y universal, es decir, no hace ni debe hacer distinción entre usuarios. “De hecho, los extranjeros que se encuentran en Brasil y por algún motivo necesitan algún tipo de asistencia sanitaria, pueden utilizar toda la red SUS de forma gratuita”.

Sin embargo, a falta de vagas, María averiguó el precio de la ecografía en centros privados: 200 reales, el equivalente a 41 dólares aproximadamente, un monto prohibitivo para una persona sin empleo.

A lo largo de la ruta migratoria, los factores socioculturales y económicos y las barreras para acceder a la atención médica contribuyen al desamparo de las mujeres en relación con la salud sexual y reproductiva (SSR). “El bajo uso de servicios de SSR puede hacer que las mujeres sean vulnerables a embarazos no deseados, VIH/sida e infecciones de transmisión sexual (ITS), con un aumento de la morbilidad y mortalidad maternas y de la violencia sexual”, indica un estudio publicado en la Revista Panamericana de Salud Pública, la principal publicación periódica científica y técnica de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

Rosmary Betancourt tiene 18 años. Es de Valle de la Pascua, estado Guárico. Llegó a Roraima, Brasil, en abril de 2023. Su embarazo es de alto riesgo. Foto: Benjamín Soto Mast

El estudio documenta que “aunque los derechos sexuales y reproductivos son defendidos por el SUS y consagrados en la Constitución (de Brasil), siguen amenazados. Las mujeres venezolanas enfrentan numerosas barreras que interfieren en la consolidación de estos derechos” y añade que “existen obstáculos importantes que superar, como gastos indirectos por desplazamiento al lugar de tratamiento y costos de exámenes y profesionales especializados cuando el sistema público es lento, lo que impacta los ingresos familiares, aumentando las disparidades y dificultades para acceder y adherirse al diagnóstico y tratamiento”.

Esta mañana, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha llamado a María para darle abrigo en el Pricumá, uno de los seis refugios de la Operación Acogida en Boa Vista, pero ella duda nuevamente. “Me han dicho que el Pricumá es muy feo, que la comida es mala. La gente de los refugios se viene a comer acá porque la comida allá es muy mala (…) Voy a pasar mucha necesidad. Si yo paro, ¿quién me va a ayudar? ¿cómo me mantengo yo? Porque acá dicen que te dan ayuda, pero no te dan ayuda de nada”. Organizaciones humanitarias entregan kits con artículos de higiene personal y han construido sanitarios y lavanderías para atender a los migrantes, pero a ratos lucen desbordados. Es allí cuando los migrantes sienten que esto es apenas un grano de arena en una inmensa playa.

La planificación se deshizo ante las evidencias

María no viajó improvisadamente. Al regularizar sus documentos y lograr el acta de custodia de sus sobrinos, entró en el proceso de interiorización, a través del cual el Gobierno brasileño facilita el traslado de migrantes a otros estados por ofertas laborales y reencuentro familiar, entre otros motivos. Su objetivo es reencontrarse con sus tíos y primos en Matto Grosso del Sur, un estado brasileño a casi siete horas de distancia en avión, “pero lamentablemente no se me dio el viaje porque como estoy embarazada ya no puedo viajar porque tengo 34 semanas”.

“Tengo que esperar dar a luz y que el niño tenga tres meses para incluirlo en el proceso y viajar (…) Siete meses perdidos para que me digan que no puedo viajar. No es justo. ¿Tanto luchar para nada?”.

-¿Qué ha sido lo más difícil para ti?

-Brasil, aquí, un mes durmiendo en la calle, pasando muchas necesidades.

“Vine con una meta de trabajar porque mi hijo ya se graduó de bachiller, estaba estudiando Administración en la Universidad Nacional Experimental de Guayana en Ciudad Bolívar. Nos vinimos con muchas metas”, dice, entre sollozos.

Ya en el estado brasileño de Roraima, las mujeres venezolanas intentan insertarse en el mercado laboral, pero el idioma y la necesidad de cuidar a sus hijos pequeños les impide alcanzar la autonomía económica, lo que eleva su vulnerabilidad. Foto: Benjamín Soto Mast

El silencio de allá fuera

Yamilet Reina también viajó con una meta. Tiene 51 años y es abuela de Leonardo (10) y Reiner (12), con quienes viajó por carretera durante al menos 16 horas desde San Félix hasta la frontera con Brasil en febrero de 2023. Es su cuidadora. Al igual que María, la crisis económica marcó el cierre del restaurante familiar que durante 40 años fue el sustento y la promesa de futuro. “Cerró hace cuatro años y mi esposo lo vendió”.

Pero podría decirse que Yamilet está en una carrera contrarreloj. Su nieto de 10 años, que esta noche juega pelota frente a la Rodoviaria, tiene pérdida auditiva y una ventana de dos años para recibir los aparatos que permitirían que su situación no se agrave aún más. Reiner tiene 89 % de pérdida auditiva en el oído izquierdo y 79 en el derecho.

Lo confirmaron a través de exámenes que le hicieron en Ciudad Guayana. “Como teníamos el negocio abierto, conocimos un médico que hace labor social y conseguimos llevarlo al otorrino, al foniatra. Le hicieron los exámenes donde nos corroboraron la pérdida auditiva. Y fue cuando empecé a caminar dos años, caminando, porque se puso difícil el efectivo (el papel moneda), para buscar los aparatos, pero nunca nos ayudaron”.

“Él no escucha y los otros niños lo llaman y piensan que no quiere hacerles caso. La única manera de que él escuche y que no cierre es con los aparatos y tenemos que procurar ponérselo antes de los 12 años”, añade.

En Venezuela les informaron que cada aparato para mejorar la audición cuesta 940 dólares, el equivalente a 261 salarios mínimos, de acuerdo con la tasa de cambio del Banco Central de Venezuela (BCV) de mediados de diciembre de 2023. “Fui a la Gobernación, a la Alcaldía, a Mundo de Sonrisas (institución pública dependiente del Gobierno regional), a Lala y no recibí respuesta”.

La ventaja de tener a una hermana y a uno de sus cuatro hijos en Brasil la hicieron decidir migrar. Pero los seis meses en Brasil no han sido alentadores en ese sentido. Por un lado, Yamilet percibe que su nieto muestra un comportamiento agresivo desde que llegaron y se ha enfermado en varias oportunidades. “Lo hablé con un psicólogo de Médicos Sin Fronteras, pero cuando me tocaba la cita quitaron la atención. Hablé para una cita en el Hospital de Niños Santo Antonio pero esos son tres meses de espera”. Por otro lado, no han tenido avances en cuanto a la evaluación de su aparato auditivo. “Lo llevé a una consulta y me refirieron a otro médico, pero para agarrar la cita debes ir la primera semana del mes y es para dentro de tres meses”.

La distribución geográfica de médicos en el norte de Brasil, donde está el estado de Roraima, es de 1,45 médicos por mil habitantes, una tasa inferior a la nacional de 2,6 médicos, precisa la Demografía Médica 2023. La oferta de médicos especialistas, así como la oferta de médicos generales, sigue un patrón similar de desigualdad de distribución al observado en el número total de médicos en el país, agregan.

Reina no lamenta haber migrado, pero reconoce que el proceso es distinto a como supuso que sería. “Acá me decían que me iban a ayudar, que hay mucha protección para el niño, y eso es mentira. Muchos conocidos se vinieron y nos decían eso (…) Pintan algo bonito pero es una mentira”.

Al menos por ahora no planea regresar. “Venezuela está peor que antes. Hace poco llamé al papá de ellos y me duele saber que a veces no tiene un pan en la mesa. Venezuela está dura en todos los sentidos y por eso a veces le digo a ella (a María) que no se vaya. Con 10 dólares nadie come; en Venezuela, no”.

Yamilet y sus nietos también están en la lista de espera para el proceso de interiorización a Porto Alegre, donde vive su hermana, aunque aún no sabe cuándo viajan. “Mi primera idea es ayudar a mi nieto y traer a mi familia, y regresar a Venezuela”.

La permanencia, aun con el mundo en contra

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En el abrigo San José reciben a mujeres, con o sin hijos, durante un periodo de hasta tres meses mientras avanzan en su proceso de interiorización. Foto: Benjamín Soto Mast
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Foto: Benjamín Soto Mast
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Foto: Benjamín Soto Mast

En el abrigo San José de Pacaraima conocen muy bien el patrón de mujeres que llegan solas. Dairelis Betancourt, una de las voluntarias del refugio, llegó en el mismo tránsito migratorio de las más de 120 personas, entre mujeres y sus hijos e hijas, que están ahora en la casa de paso en agosto de 2023. En momentos pico, en los que la migración se intensifica, han llegado a alojar hasta 200 mujeres.

Cuando Dairelis, 20 años, delgada, cabello negro y muy vivaz, se montó en un autobús que la llevaría por una laberíntica carretera que atraviesa todo el sur del estado Bolívar en Venezuela hasta la frontera con Brasil, con solo 30 dólares en el bolsillo, pretendía despedirse de un pasado abusivo y conseguir mejores oportunidades.

Su padre fue asesinado hace cuatro años en medio de un robo a las afueras del mercado de San Félix. Su madre murió hace dos años, tras una dolencia estomacal. Su hermano menor, de 19 años, comenzó a drogarse y la golpeaba. Sus otros hermanos no daban importancia a la situación. Lo que conoció como hogar se transformó radicalmente. Tuvo que dejar sus estudios de derecho en la Universidad Gran Mariscal de Ayacucho (Ugma) y decidió refugiarse en la iglesia y en la relación con su novio de la infancia, pero -dice- fue peor. Quedó embarazada y al darle la noticia la dejó.

Una prima residenciada en Santa Catarina, en el extremo sur de Brasil y mucho más cerca de Argentina, Uruguay y Paraguay que de Venezuela, se ofreció a ayudarla con el proceso de interiorización. Entonces decidió venirse sola en bus.

La joven, oriunda de San Félix, llegó el 14 de enero de 2023 con tres meses de embarazo a Pacaraima. Empezó el proceso para la interiorización, pero su prima dejó de enviar los requerimientos. El último: un recibo de energía eléctrica vigente. Dairelis se sintió a la deriva, pero decidió permanecer en Pacaraima.

En la Pastoral de Pacaraima vio un cartel que decía que se entregaban pañales los lunes, miércoles y viernes. Entonces se propuso reunir pañales y fue una suerte de previsión no planificada, pues al octavo mes de embarazo nació su hijo. Y fue allí, en la Pastoral, donde conoció a la religiosa que luego la llevó al abrigo San José, donde ahora es voluntaria.

“No sentía dolor. Fui al médico a control y tenía cinco centímetros de dilatación”, recuerda. En Pacaraima, como ha sido denunciado en Boa Vista, no pudo hacerse ecografías, pues no había equipos.

Santiago José nació en junio de 2023, con tres kilos y 115 gramos.

Dairelis sueña con ser abogada, mientras trabaja como voluntaria del abrigo San José, en la brasileña localidad de Pacaraima. Foto: Benjamín Soto Mast

En un área común del abrigo, un grupo de madres pregunta a los niños las letras del abecedario. Ellos responden con fuerza. En las habitaciones todo está pulcramente organizado. En la cocina, hay una olla montada con la merienda del día. El abrigo sobrevive con donaciones y las puertas siempre están abiertas para las mujeres. Si no hay cama, dice Dairelis, se les entrega una colchoneta. Como es una casa de paso, pueden estar hasta tres meses mientras completan el proceso de interiorización.

Dairelis carga a su bebé en brazos y cuenta que quiere retomar sus estudios. “Siempre he querido ser abogada. En la escuela me llamaban abogada sin título”.

Luz Noriega, promotora del programa Ella Puede, del Instituto de la Mujer Emprendedora, una red de apoyo a las mujeres con sede en Sao Paulo, destaca que la vulnerabilidad en el caso de las mujeres es cada día más fuerte y, en ese sentido, es necesario reforzar la motivación. “Se consigue de todo. Mujeres que migran solas y con sus hijos, mujeres cuidadoras. A muchas lo que les está haciendo falta es la visión motivacional porque hay personas que se limitan a llevarles comida y palabra”, dice. Eso es lo que el programa procura: charlas para el desarrollo de habilidades y, posteriormente, la posibilidad de mentorías y capital semilla.

Cada día, una decisión

De vuelta a la Rodoviaria de Boa Vista, María deshoja la margarita sobre si volver a Venezuela, en vista de que no podrá viajar a Matto Grosso del Sur. En realidad, ya lo ha decidido. Dice que a las ocho de la mañana toman un autobús de regreso.

Pero en cuestión de horas cambia de opinión. Es la mañana del jueves 17 de agosto, y María ha tomado un autobús en sentido contrario, justo hacia la profundidad selvática de Brasil. Con sus hijos, ha decidido ir por cuenta propia y rozando las 35 semanas de embarazo al encuentro con sus tíos y primos. El miedo a regresar a Venezuela pudo más que el miedo a la incertidumbre de adentrarse en lo desconocido del verdor tupido de Brasil.

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Noticia al Día / Correo del Caroní

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