Pocas instituciones se mantienen incólumes en Maracaibo como el templo del placer Chacaíto a pocos metros de lo que antes se llamó Carro Chocao, un lugar donde arden en una combustión perfecta: sexo, alcohol, humo de cigarrillos, risas, pieles de calenturientas mujeres donde se compran y se venden vidas y fantasías.
Lejos de cerrar por los embates de la crisis, la pandemia, Chacaíto sigue abriendo sus puertas al caer la noche, mientras, en el día, un perro colorado y una oveja cuidan el lugar latiendo y bramando con fuerza a quienes merodeen por el amplio portón.
Han pasado décadas, otros lugares para la vida de cabaret y burdel han desaparecido, quedan en las páginas de periódicos viejos los avisos con mujeres semidesnudas, voluptuosas y sensuales ofreciendo, a buen precio, sus caricias.
Chacaíto es una gran sala con mesas dispuestas como en cualquier fiesta, mujeres de muchas y distintas edades, altas, bajitas, esbeltas, algunas tan bellas como modelos, fragantes a noche, cigarrillo, licor, te ofrecen acompañarte, llevarte a la cama en habitaciones con nombres inolvidables como El Manzano.
Robinson Jerez cuenta que antes los tíos o los hermanos mayores llevaban a los jovencitos a ese lugar para que se estrenaran en el amor, para que se hicieran hombres. En ritual bajo las luces rojas, las lentejuelas, temblorosas manos de chicos inexpertos bajaban los corpiños, la ropa interior de mujeres conocedores de todas las necesidades de la carne, del sexo.
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A las 7 de la noche comienza el vuelo de las reinas quienes como avejas rondan las mesas, mueven sus traseros cazando clientes.
Cuando en 1996, Saady Bijani, comenzó el cambio en materia de orden y seguridad en San Francisco con Polisur, se pensó que Biagio Parisi, le pondría un candado a Chacaíto por considerarlo un lugar inapropiado. Buscaron los planos, el catastro y se enteraron que el burdel estaba en el borde, en los linderos de Maracaibo con el sur.
Así como era el sitio para llevar muchachos con las hormonas en ebullición, obreros sedientos, malqueridos, desaliñados, también era el punto de encuentro de hombres rudos, pistoleros, bandoleros quienes llegaron a saldar a balazos disputas por mujeres que creían haber comprado como un mueble.
Quisimos indagar cómo había llegado la ovejita a Chacaíto. No había nadie, caminamos por los alrededores donde encontramos a Braulio Sánchez, quien antes había ganado el pan vendiendo billetes de lotería y haciendo mandados a las señoritas. Así las trató siempre y hoy en día.
JAC
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