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jueves, marzo 28, 2024
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Zulia

Mar verde (por Alejandro Vásquez Escalona)

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Casi les expresa un Hola como saludo cuando se cruza con Ellas. Se ven alegres. Conversan.  La más bajita y delgada sostiene una botella destapada de cerveza Patricia en su mano. Lleva el cabello suelto, castaño desteñido en degradación hacia abajo como si gotearan los blancos al pavimento. La otra chica la supera en estatura por una  décima de centímetros. Es imponente, sin soberbia. Cabello negro, corto.  A veces se miran a los ojos y ríen. Tres niños se bambolean sobre un columpio circular rojo, similar a un plato. En el alza y baja, se empujan, bromean amigablemente. Hablan a gritos. Visten remeras y zapatos deportivos. Él recorre la última vuelta al circuito ovalado de asfalto alrededor del parque que sirve como pista de caminata o trote para los vecinos de la zona. No suda. Recién termina el invierno. Hace un  día cálido. Después subirá a la pradera ubicada en la parte alta. Se acostará sobre la grama. Mirará al cielo. Eso hace con frecuencia.

Muchas nubes, simulan distintos animales que corretean. Árboles, pastizales que reverdecen. O una avenida inmensa atestada de coches. Seguramente, algunas personas que habitan ese mundo imaginario, observan ahora al suelo, al pavimento y aprecian las palomas y loros que  vuelan sobre el hombre que trotaba. Él los disfruta en su revoloteo y algarabía  desde la tierra cubierta de grama está tendido horizontal con los brazos abiertos. Desde arriba en una mirada en picado, parecerá una cruz sobre un mar verde. Algo así, imagina al escudriñar el cielo  azul intenso y limpio. Nadador sobre mar verde. Eso le agrada. Solamente eso.

Se oye una especie de ola de gritos y risas. El hombre acostado sobre el césped que supone a otros imaginándolo como una cruz que flota sobre un mar verde, hace una pausa en su proceso de especulación gozosa, escucha. Señor, señor, le pasa algo. Está bien. Las palabras no albergan burla. Huelen a fraternidad. Mira a su izquierda a ras del suelo. Tres niños caminan a unos doscientos metros.  Bromean amistosamente. Visten remeras. Es sábado. Estoy bien. Descanso. Trotaba allá abajo. Vuelve a mirar las nubes.

Los fusilazos en  círculo anaranjado del sol de la tarde, se escurre por entre el ramaje de una árbol, similar a un cují pequeño. Las muchachas que llevaban la cerveza destapada, se miran a los ojos, acostadas sobre la hierba casi rozan sus narices. Seguro sienten el aliento húmedo y amable de sus bocas. Y ríen. Ríen. Es primavera.

Lea también: Trabajar la paz. Vivir otro año (Por Alejandro Vásquez Escalona)

Alejandro Vásquez Escalona

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