Sábado 12 de octubre de 2024
Opinión

Dimensión humana del General Rafael Urdaneta (Nirso Varela)

Hace 179 años murió en París, Francia, el General Rafael Urdaneta (23 de agosto de 1845). Más allá de su…

Dimensión humana del General Rafael Urdaneta (Nirso Varela)
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Hace 179 años murió en París, Francia, el General Rafael Urdaneta (23 de agosto de 1845). Más allá de su notable actuación militar en la guerra de independencia venezolana, hay aspectos de su vida privada donde destacan sus virtudes como ciudadano, esposo y padre de familia ejemplar.

Si recorremos su trayectoria vital desde las perspectivas de una ética cristiana, universal y pragmática, exenta de sentimentalismos, constatamos que Urdaneta fue un personaje pleno de fortalezas cívicas y dueño de una moral incontrastable. Formó una de las familias venezolanas no elitistas más venerables y destacadas del siglo XIX.

Su matrimonio celebrado en Bogotá el 31 de agosto de 1822, es admirable evidencia de constancia, dedicación, abnegación y entrega mutua. El tiempo lo enaltece como el sacramento perfecto, la unión de un hombre y una mujer, que vivieron y se amaron para siempre, hasta que la muerte los separó físicamente.

No se infieren fisuras con su única mujer, la bogotana Doña Dolores Vargas París, desde el momento en que contrajeron nupcias. Fueron, desde entonces, el uno para el otro, inseparables en los veintitrés años de unión conyugal que la vida les legó. La abnegada esposa lo acompañó en las buenas y en las malas, y formó parte del periplo existencial más intenso e interesante del héroe zuliano.

Al General Urdaneta le correspondió vivir las vicisitudes de ocho años de guerra independentista en suelo venezolano como soldado y comandante (1813-1821), diez años como legislador y magistrado durante la creación, instauración y caída de la República de Colombia (1821-1831), y los primeros catorce años de la refundación y existencia de la República de Venezuela (1831-1845), en funciones de ministro desde 1837 hasta su muerte.

Los once hijos de la unión conyugal, nacieron en la ruta de los diversos parajes donde el destino los llevó. Cumpliendo funciones militares en Bogotá, 1823, nació Rafael; estando de Intendente en Maracaibo, 1824-27, nacieron Luciano y Octaviano; sirviendo de ministro en Bogotá, 1827-30, nacieron Amenodoro y Adolfo; refugiados como exiliados en Curazao, 1831-32, nació Rosa; labrando la tierra como agricultor en Coro, 1832-37, nacieron Susana y María Dolores, y en funciones de ministro en Caracas, 1837-43, nacieron Eleazar, Neptalí y Rodolfo.

En 1831 Urdaneta salió desterrado de Bogotá después de ejercer la presidencia de “La Gran” Colombia, y, proscrito de Venezuela, pasó a Curazao como exiliado, ya con cinco hijos. El sexto alumbramiento de Doña Dolores tuvo lugar en la isla antillana en 1832. Ese mismo año, el gobierno venezolano le otorga permiso para regresar a su patria y se establece como campesino en la provincia de Coro.

Permaneció durante cinco años como agricultor en el hato agrícola de Turupía, con un breve paréntesis en par de ocasiones, cuando el gobierno requirió sus servicios para pacificar la convulsa ciudad de Maracaibo en 1834, y luego, junto al General José Antonio Páez, en Caracas, para reducir los facciosos del movimiento “Revolución de las Reformas” en 1835.

A pesar de ser uno de sus libertadores, Urdaneta volvió a la vida pública venezolana desde el estrado más bajo de la ciudadanía: simple elector (votante) de la junta parroquial de Pueblo Cumarebo en 1834. Ese paso lo llevó a ser electo Senador por Coro en 1837. Para entonces, la pareja Urdaneta Vargas ya contaba ocho hijos.

Todas Las referencias indican que vivieron en la pobreza, que los sueldos y dietas del General no alcanzaban para asegurar el futuro de la numerosa prole, por lo que Urdaneta en 1839, se vio impelido a solicitar su pensión de vejez al gobierno, de forma dramática y muy reveladora: estaba inválido y casi ciego. Al morir en 1845, Eleazar tenía seis, Neptalí cuatro y Rodolfo dos años de edad. Doña Dolores cargó desde entonces, ella sola, con la responsabilidad de toda la familia, con apenas una pequeña pensión que el gobierno le otorgó.

En el plano militar, algunos rasgos de actores destacados de la independencia venezolana, no están presenten en Urdaneta. Primero, no fue un caudillo, como lo fueron Páez, Monagas, Mariño, Arismendi o Bolívar. Combatió en veinte batallas campales a lo largo y ancho del territorio venezolano, casi siempre como subalterno. Y no obstante haber luchado a la bayoneta con título de General, según lo refiere José Antonio Páez en su Autobiografía (Nueva York, 1869), sus triunfos nunca le intimaron a liderar una guerrilla local, o una facción divisionista. Nunca huyó o desertóante la inminencia de la muerte (Valencia, 1814), nunca emigró después de la derrota. Fue mortalmente herido en 1818 en el frente de batalla y aun así, Su lucha fue continua hasta el final.

El General Urdaneta no tuvo ambiciones de poder ni de mando, ni siquiera cuando, forzosamente, tuvo que ejercer la presidencia de Colombia en 1830. En esa ocasión urgió a Bolívar desesperadamente para que asumiera el mando. Jamás se enriqueció como otros líderes lo hicieron, y vivió de una forma austera, educando modestamente a sus hijos, siempre en el seno familiar. Nunca nadie lo acusó de estar implicado en hechos de corrupción o robo del erario público, cuando ejerció cargos de administrador de caudales o de Intendente.

Urdaneta aparece en los papeles del archivo del Registro Principal de Maracaibo, como un ciudadano más, durante su función de Intendente del Zulia 1824-1827. Figura en documentos de compra-venta de casas, salinas en la Hollada, acusado de insolvencia en los pagos de una extraña sociedad, y recibiendo y otorgando poderes a terceros, para transacciones ante organismos competentes.

No funge como comprador de haciendas, vendiendo o comprando esclavos, coautor de escándalos y abuso de autoridad, ni en litigios de ninguna clase. Nadie lo tildó de indolencia en el cumplimiento de los valores ciudadano más apreciados de la época, como la urbanidad y las buenas costumbres. Utilizó su influencia para obras de caridad a indigentes. Si acaso tuvo inclinaciones hacia los naipes, no manchó con ello su reputación como magistrado y ciudadano.

En 1828 fue juez de la causa seguida a los implicados en el golpe del 25 de septiembre contra la vida de Bolívar, donde varios oficiales fueron asesinados. La Ley se aplicó en forma impecable e implacable. Jueces, verdugos y condenados, formaron parte de una trama oscura que ellos mismos eligieron. Los conjurados no dieron ni pidieron clemencia. Murieron de pie, voceando sus consignas insurgentes. Nadie fue ejecutado sin un juicio imparcial y nadie fue condenado siendo inocente. En todo caso, existen versiones llenas de nubarrones emocionales.

Escribió sus Memorias, una especie de autobiografía de su paso por la guerra y por Colombia, que él tituló “Apuntamientos”. Un texto minucioso, gramaticalmente bien construido, pleno de datos fidedignos, escrito con lenguaje exacto, sin ínfulas literarias, sin exteriorizar odios contra nadie y donde solo se menciona a sí mismo, en tercera persona. Lo escribió como un diario de vida que jamás llegó a publicar.

Los “Apuntamientos” guardan crudos relatos de la guerra en tiempo real, donde no hay héroes imbatibles, batallas fantásticas, ni momentos inverosímiles. Narra los hechos tal cual los vivió y padeció, sin alterar ni ocultar nada. Por ello, apoyados en rigurosos testimonios y documentos históricos, Rufino Blanco Fombona (1874-1944) y Jesús Enrique Losada (1910-1948), escribieron sendos prólogos a las ediciones de 1916 y 1945, respectivamente, donde destacan las virtudes militares y personales del autor y actor, y la trascendencia de tan insigne manuscrito.

El General Urdaneta luchó durante toda su vida contra una terrible enfermedad crónica, un inmenso cálculo alojado en la vesícula, que lo postraban constantemente en un lecho de enfermo. En momentos cruciales, como la decisiva Batalla de Carabobo en 1821, estuvo ausente por sus recurrentes dolencias físicas. Al llegar a Londres en 1845, todavía con algo de salud, tuvo posibilidades de extirpar el cálculo vesical, mediante cirugía sugerida por médicos especialistas; y no lo hizo, para no retrasar su misión diplomática en España.

Pese a la ausencia de su esposa, todo sugiere que murió en completa paz espiritual, en París, el 23 de agosto de 1845. Su última voluntad fue, exigir a su hijo Luciano, único acompañante de su gestión diplomática en Europa (Rafael estudiaba allá), devolver al tesoro nacional el saldo de los viáticos de la fallida misión.

Urdaneta no testó bienes de fortuna, después de 32 años sirviendo a su patria. Ofrendó su vida por la independencia, y dio ejemplo de lealtad a Bolívar y el proyecto que compartían. Pero supo cambiar de rumbo cuando las circunstancias lo exigieron, y de nuevo demostró lealtad a la República, a la Constitución de 1830 y a sus superiores, José Antonio Páez y Carlos Soublette. Fue un funcionario probo, ciudadano honorable, esposo íntegro y padre de familia ejemplar. Su memoria es herencia sagrada del Zulia, y patrimonio moral de la sociedad venezolana.

Con gratitud y admiración al Dr. Rutilio Ortega González, quien, con su magia verbal profundamente pedagógica, difundió en diversos rincones de Venezuela, la dimensión humana de la vida y obra del General Rafael Urdaneta, durante los festejos del bicentenario de su nacimiento, 1985-1988.)

Por Nirso Varela

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