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Los límites del crecimiento (por Mariela Quintero Leal, periodista de investigación, especializada en economía de la cultura, turismo sostenible y ambiente)

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El término Ecología es de reciente data, y nace producto de la Revolución Industrial y su impacto sobre el destino del planeta. La palabra Ecología es un neologismo acuñado por Ernest Haeckel a principios del Siglo XX, usando las palabras griegas οἶκος (oikos = casa, como en economía) y λογία (logia = estudio de, como en geología). Es decir, el estudio del hábitat de los seres vivientes.

Con base en la Ecología vista científicamente como el Contable del Ambiente, en 1972, el relativamente joven Club de Roma – conformado por científicos, intelectuales, empresarios y políticos de todo el mundo – publicaba el Informe “Los límites del crecimiento”. Un estudio sin precedentes encargado a un equipo de científicos e investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts, MIT. Bibliografía de culto para los estudiosos del tema ambiental.

Gonzalo del Castillo, miembro del Club de Roma / Argentina, escribe: El objetivo fue proyectar a 100 años, mediante el uso de modelos computacionales y dinámica de sistemas, 13 escenarios futuros para la humanidad, a partir del análisis de la interacción de diferentes variables, con eje en el crecimiento poblacional y el consecuente incremento de la huella ecológica asociado a las actividades humanas (producción de alimentos, consumo de recursos, polución, etc.).

La primera conclusión del estudio que data de poco más de 50 años fue categórica: el planeta tiene límites físicos infranqueables. No es posible un crecimiento económico y material exponencial -mucho menos infinito- en un planeta finito. La segunda conclusión conllevaba una advertencia: si los modelos de crecimiento de aquel entonces mantenían sus tendencias -lo que se conoce como Business as usual-, la capacidad de carga del sistema finalmente se sobrepasaría, alcanzando los límites en algún momento dentro de los 100 años posteriores a la publicación del Informe, al cabo de lo cual sobrevendría el colapso de la sociedad, con una caída abrupta tanto de la población como del bienestar humano.

Aun así, lejos de augurar un apocalipsis insalvable, el informe abría horizontes de esperanza, con opciones que mostraban la posibilidad de estabilizar el sistema y permitir el desarrollo sostenido de nuestras sociedades en el tiempo. Pero para que esos escenarios prevalecieran, se remarcaba la necesidad de una innovación social urgente y profunda a través del cambio tecnológico, cultural e institucional, con el fin de evitar el incremento de la huella ecológica que condujera a un punto de no retorno.

No es necesario insistir en lo evidente: la sociedad moderna, industrial y consumista, optó por desoír las advertencias del informe. Malthusiano, carente de fe en la ciencia y la tecnología, negador de los beneficios del libre mercado, fueron algunos de los epítetos que se utilizaron para desacreditarlo. Las advertencias cayeron así en un largo letargo del que recién lograrían salir a inicios del siglo XXI. No debido a una relectura de sus detractores, sino por el triste hecho de que gran parte de sus advertencias se convirtieron en realidad.

Apocalíptico, conspiranoico, malthusiano, o no, lo cierto es que el planeta ya está dando señales de agotamiento, de envejecimiento prematuro: sequías, extinción de especies, incendios, deshielo, a un ritmo desproporcionado.

A qué se debe el record anual de muertes por choque de calor en Arizona? Adónde volaron nuestros cardenalitos? Por qué vemos tan pocas abejas? Dónde están las cayenas y las matas de hicaco? Por qué en todo el mundo hay crisis energética? Se agotan los recursos? Nuestro hogar azul manifiesta los síntomas de una enfermedad avanzada y pide clemencia?

Por eso, el llamado es a atender no sólo lo urgente sino lo importante, simultáneamente. Las soluciones reactivas son pañitos de agua tibia que resuelven una emergencia pero permiten que siga en curso lo que aún podemos evitar: el agotamiento de recursos y con él, el fin de este esplendor de vida.

Si hoy detenemos todas las chimeneas del mundo, habríamos de esperar 30 años para detener el calentamiento global.

Por eso, celebramos que el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela continúe avanzando en materia de implementación de energías alternativas, ya no sólo en comunidades remotas, sino en las comunidades más deprimidas del país, las primeras, según coinciden todos los actores de este tipo de fuentes energéticas, que han de ser atendidas.

Recordando y alertando sobre el hecho de que energía alternativas no son igual a ahorro energético. Por el contrario, su uso indiscriminado, en un país con una cultura consumista considerable, puede revertirse en contra. Motivo por el cual, a la par de estas oportunas acciones, debemos promover la cultura del ahorro energético y diseñar infraestructura y ciudades futuristas en las que se saque el máximo provecho no sólo al sol caribeño, sino a nuestros fuertes vientos costeros y un clima envidiable los 365 días del año, en un eterno verano tropical.

Mariela Quintero Leal

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